miércoles, 4 de junio de 2014

Maldad I

Admitámoslo, la serpiente, la araña, viven aquí, conmigo. Somos una legión. No me esforzaré por darte la vida de flores y azucenas. Me gusta el sonido del grifo cuando se abre y quiero estar desnuda, bañarme. Me imagino andar así por la ciudad, sin ropa, asesinar a los hombres que sean estúpidos. Que me vean, sí, pero que no sean estúpidos. Un par de arañas montaron su casa en mi habitación. Mi corazón tibio late y quiere comer. Me destruyo sin necesidad de alcohol, me preveo de otros mecanismos más lentos que saben bien.

Es cómodo inventarse otro nombre, escapar: Evadné ruge y puede ser bestial. Pero mis pies siguen en las mismas coordenadas. Ruin. Mi cabeza vuela,  se revuelca, me destruyo y los pies no se van. ¿Por qué? Las gitanas no huyen de sí mismas. Soy un gato, territorial.

No me pienses, tu cerebro va a derretirse. La marionetas, las malditas marionetas tiritan: hay que ser alguien en la vida alguien que valga la pena, lo dicen una y otra vez mientras se apuñalan.  Rómpeme que no entiendo. Prefiero aceptar mi perversidad. Soy perversa desde hace siglos. Cuando a la hoguera me llevaron, ya sabía yo lo que era, una demente con afición por la crueldad. Sin embargo, mi maldad siempre ha sido dulce, cautelosa, no ando en manadas. Mi maldad empieza conmigo misma y termina en otros, es como un manjar, se  resbala, se mete, atrapa las mentes y los cuerpo. Siempre de manera lenta y perfecta, siempre disfrutable y adictiva.

Brenda Marcela







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