En la espiral del caracol no había nada. Sólo estaba él, caracol bajo las hojas, sobre la tierra húmeda. Antes de que el sol resplandeciera, antes de que los padres bajaran con sus hijos al jardín, permanecía el caracol en su escondite, asomando de vez en cuando sus antenas para vigilar el cielo.
Llegaron dos niños riendo, con sus manos llenas de cacahuates, ya amanecía, mas las nubes no dejaban a los rayos del sol brillar. El caracol sacó sus antenas para ver si podía salir de su escondite y calentarse bajo los rayos solares.
No vio el sol. Oyó ruidos, sintió como la tierra tembló y vibró de bajo de él: venían los dos niños jugando a la guerra. Saltaron, se patearon y en el pasto se acostaron apoyándose para jugar fuercitas.
El caracol asomó sus dos antenas, la luz del sol comenzaba a verse a través de las nubes, los niños se tomaron las manos, las apretaron y comenzaron a luchar, el caracol se arrastró hacia afuera, el sol lo saludó con un rayo luminoso, ¡crack! :un niño venció, dejando caer los puños sobre la espiral caracolienta.
Brenda Marcela