miércoles, 28 de diciembre de 2016

Infección

Al oscurecer me visto con mi bata verde sin mangas. Me envuelvo en las sábanas frescas y en una cobija color vino. Al otro lado de mi recámara la televisión emite el sonido de las últimas noticias del día. La oscuridad tiene aroma de viejo vestido. Mi corazón se estruja. Ya vienen.

Me enrollo y cierro los ojos, escucho aproximarse un tropel de alaridos desesperados. Una figura envuelta en cientos de lenguas se acerca ¿mide dos metros? No sólo producen gritos lastimeros: me lamen la cara. Las lenguas son filosas, cuando tocan mi párpado, lo cortan. La habitación se llena de chorreante sangre. Resulta triste mirar la ventana con las cortinas rotas, y el polvo adherido a los cristales. Comienzo a llorar. El ente de lenguas sigue en mi cuarto, invade su olor a polilla. Las lenguas gritan, secretan saliva y me escupen. Entra a mis oídos: me han envenenado.

A la mañana siguiente mis ojos están secos. El veneno me ha impedido dormir. ¿¡Cómo liberarme de ese tormento que se acerca a mí al terminar el día!? Imposible tolerar más noches sin dormir por el terror que ese monstruo me causa.

Decido gritar con más fuerza que esas lenguas viscosas. Al entrar la noche a mi habitación, experimento un nerviosismo que sube de mis pies a los brazos. Se amontonan cientos de lenguas escurridizas por el suelo. Se lamentan, dicen cosas horribles: soy un adefesio que haré trizas el corazón de mi madre, me comeré los ojos de mi hermana Martina, con mis dientes le quitaré el cuero cabelludo a la cabeza de mi primo César. ¡Cállense!, les grito, he decidido gritar más fuerte. Mi garganta se seca. Pero las lenguas no paran de emitir sonidos obscenos.

Los gritos, los dolores, están dentro de mi cabeza. Mis pensamientos se ven invadidos, han sido pintados con sangre y olor a carne podrida. El horror hace su nido en alguna parte de mi cerebro. Lo sé porque no puedo dejar de ver bocas abiertas que escurren líquido púrpura. Quiero hundirme en mi cama. Cierro los ojos. ¡Que vuelva el día!, imploro. Escucho a un gallo cantar. El cielo se aclara un poco.

Por la mañana el temblor persiste. Me levanto. Al mirar la puerta creo llevar en mi oído un grito, un pequeño eco resguardado en mi pabellón me hace tambalear. La ventana sigue sucia con la cortina rota, los gritos resurgen,  ¡los he guardado! Están en mí las súplicas y el sufrimiento. Es de día y los azulejos del baño parecen manchados de sangre. Ni el agua parece pura, ni el olor a hotcakes en el desayuno me parecen dulces. No tengo que esperar la noche para temblar. El extraño ente de mil lenguas me infectó.

¿Cómo atacar al monstruo de las mil lenguas? Me encuentro exhausta . Me pregunto cómo alejar su grito adherido a mi oído ¿Cómo callar las voces que rugen en mis pensamiento.Manchan mis recuerdos con sus lenguas convulsas.

De nuevo oscurece. Parece que no va a terminar ese llamado triste. Digo buenas noches papá, hasta mañana mamá. Qué mentira. Mis noches son el momento más insoportable de la vida, acaso podré despertar ilesa de otra jornada nocturna.  Me recuesto. Imposible sentirme más abrumada. Y ahí lo veo venir, mientras me acurruco. Un eco de entre mazmorras hediondas. Se acerca el monstruo de las mil lenguas. Pero estoy cansada. Me duelen sus gritos y la vez, las estúpidas lenguas me parecen gusanos. Las saludo, Hey, ¿qué dice la sucia tierra? Mas las lenguas comienzan su letanía, me dicen las cosas más desconcertantes: hundiré mis dedos en las fosas nasales de mi prima Serena hasta dejarla loca, haré pedazos mi frente con un rallador de papas, le quitaré las orejas a mi padre y las cocinaré en un caldo. ¡Oh! No puedo evitar imaginar esas horribles cosas y por unos instantes, me siento desfallecer.

Duermo unos minutos. Apenas abro los ojos y las lenguas me susurran sus temeridades. Qué asco, me digo. Y sigo ahí simplemente recostada aún con el pensamiento manchado. Dejo de prestar atención a las voces. ¡A la mierda!, Les digo. Fijo mi mirada en la ventana donde la cortina está rota. No había notado que de esa forma puedo ver un par de estrellas. Luces moribundas. Nada se calla. Mi corazón duele. Pero la luz de las estrellas me deja extasiada. ¿qué tan verdaderas pueden ser esas estrellas ya muertas?, ¿ tan reales como las lenguas y los pensamientos que me producen? Falsas como un espejismo. Inasibles los pensamientos perturbadores e inasibles las estrellas que me regala el nocturno.

Las lenguas persisten. Pero casi no las percibo. Les doy un dulce picante que guardo en la cajonera, a ver si dejan de hablarme mientras miro una tercera estrella. Por un momento sus ruidos son peores, desesperados, ininteligibles. Quieren llamar mi atención. De pronto fijo la mirada en las lenguas y me causan naúseas. No le pido a ese monstruo que se vaya ni que se quede, le digo que es un tumulto caca. Arrojó a las lenguas otro dulce de chamoy. Las lenguas se retuercen, me maldicen, me condenan.  Más estoy harta de amenazas. Arranco una lengua de esa mole deforme y la muerdo. Sabe a fresa podrida. Luego, una a una se revientan. Me ensucian el rostro, la bata verde, el espejo y la ventana. Qué más da. Su tufo de vez en cuando vendrá. Todavía distingo el brillo de una estrella, cierro los ojos y duermo, por fin, tranquilamente.

BrenMar

domingo, 4 de diciembre de 2016

Riachuelo

Un hilo delgadito
Riachuelo diamantino
Escurre de tu boca
A la hora de dormir
Yo le pido a los vientos
Abriguen tu sueño
Con sonidos espaciales
Y no te acechen
Pesadillas horripilantes.
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Luciérnaga con ojos de rocío
Pides a la estrella su brillo
Ese color de diamante
Lo usas en tu prenda
Para iluminar mi siesta.