jueves, 25 de agosto de 2016

La fantasía de la mariposa

Hay que dividir en diferentes secciones el despertar. Algunas son para llorar. Unas más para gritar. Otras para preguntarse sobre el vuelo de las moscas. Otra sección es dedicada a la fantasía, ¿cuál es mi sección favorita? No me atrevo a estar en ningún lugar preciso, voy de aquí allá, de una frontera a otra, camino sobre la línea que divide las secciones de mis días. Puedo decir y desdecirme. Evocar argumentos interesantes y muchos falsos a drede. Enunciar mentiras encantadoras. Lo incompresible, lo que carece de sentido, no debo explicar. Nadie entra al ascondite donde tengo celos y envidia. Soy experta en pronunciar dulces embustes, especialmente a mí misma. En mis sueños tengo esclavos y ellos me adoran, me tocan incesantemente durante tardes enteras, hasta cansarme, hasta hacerme desvariar. Yo les digo ya basta y ellos siguen porque saben que les miento. Se calman cuando les cuento la historia donde la mariposa de alas violetas sale de su crisálida, tiene enormes pechos, por eso todo macho la adora y busca acompañarla. Se quedan así, mis queridos esclavos, imaginando a la sensual mariposa. En tanto es mi hora de salir corriendo al cuartel donde lloro. Huyo. Uso mis lágrimas para bañar mis pechos rozados por las caricias. Lloro porque me da la gana. Alguien me dijo "llora,  duquesa de los catafractos",  por eso lo disfruto. La sal horada la piel y suaviza mi sangre. No puedo permanecer demasiado tiempo en la hora lacrimosa. Llega el instante de la meditación, no quiero, no quiero. Llega el minuto para pensar en cosas importantes, prácticas, las que me mantienen con vida y pan en la mesa. Resignación ven a mí. El mecanismo de sobrevivencia me auxilia, hago las cuentas y los planes. Huyo. Ahora anoto las instrucciones para dividir los días como rebanadas de queso, las fantasías deben demorar más. Es la noche, la histeria entrometida en muchos segundos, tiempo de apagarse.

Bren Mar

La bella muerte de Villamil

La bella muerte de Villamil*

¿Qué más salida había sino a muerte? Una puerta prístina ¿Qué más podía hacerse?, o mejor dicho, ¿para qué hacer más? Para qué esfuerzo extra y desgaste absurdo, cansancio monótono.
No más de lo mismo, vieja criatura de seniles palabras. Para qué abrazar los resquicios de vida que exigía demasiado de ti. Para qué responder a la provocación y a la burla. Mejor burlarse.
Como si las faenas, las jerarquías, los compromisos fueran un chiste. Clara resolución. Sin culpas ni castigos de tu Dios. Hasta él pudo decirte, "adelante, adelante". La muerte dulce asestó en tu cabeza. Retirada con brotes de la locura necesaria. Cuánta libertad. Sin preocuparse por el gimoteo de los que no entendieron tu fuga. Actuaste como el niño que logra una travesura y después su madre no comprende, quiere sujertarlo para siempre. Pero te desprendiste como liviana hoja para ir allá, lejos, sin temor.


*Miau de Benito Pérez Galdós.










viernes, 12 de agosto de 2016

Después del desayuno

Mi parte favorita después de abrir los ojos es el desayuno. Comer me llena de optimismo, después todo se complica. Aún cuando hay itinerario. Comenzar a hacer me paraliza. Permanezco sentada, con pijama, frente a la mesa. Observo las migajas de pan en los muebles. En la alacena los frascos de especias están destapados, ¿habrá algo para comer después? Quién sabe. Es temprano pero muchas personas ya han comenzado a hacer. Los camiones y autos pasan, rechinan, dejan sonar el claxon. Es verano. Luz tipo amarillo mostaza entra por la ventana y quema, aletarga mis sentidos. Sigo con mi vaso de licuado frente a mí. Un gran día por delante. Muchas horas para sacarles jugo y forjar momentos, sí. Un día chamuscado, aplastado por el pie de los rayos solares, que se vacía cada segundo que pasa, un día descompuesto por los quehaceres. Un día que lleno con mis deberes, un día mal formado por mis planes. Deformado por los ruidos de la actividad desesperada, se subir, bajar, deprisa. Un día con olor a smog y adornos fecales en las banquetas. Al que le caben muchos horarios, cada uno con instrucciones precisas. Un día que no hay que dejar perder, es oportunidad para prosperar a pesar de que las horas se pegan a la piel sudorosa y hacen a todo movimiento fatigoso. Un día desolado frente a mí. Al cual he quitado todo lo que puede hacerse. Sin calles que transitar. Sin movimientos programados. Nadie a quién ver. Un día que apenas me permite seguir despierta. Se va haciendo chiquito, me dobla. Un día chiquitito para mirarme a mí misma y decir ¿qué has hecho?

Bren Mar