martes, 17 de mayo de 2016

PLUMAS



Treparon a mi rostro los gusanos. En mis uñas hay resquicios de tierra. No de ensueño, más bien de pesadilla, no, de pálido olvido. El cráter de donde salen los insectos huele a mi boca. Pero todos quieren pulcritud, limpidez. Saludos sonoros, una especie de ángel seductor. Nadie quiere las raíces con agua de cien años.
                          
Los querubines me recuerdan a las bonitas, a las más admiradas. Aquellas a las que observé bien, intenté descifrarlas. No era su cabello, ni su piel, ni sólo sus ojos. Eran ellas, todas ellas en conjunto una belleza. Claro, no eran gordas, por supuesto, eran altas en su mayoría, sí claramente espectaculares y de alguna forma agradables a la vista. Yo quería belleza,eso me enseñaron. Supe pintarme los labios y usar zapatos que me hicieran ver sofisticada. Mi belleza debía traerme buenas cosas. Hacerme notar, seducir, ser seducida.

Mi cuerpo supo de sí en la tiniebla. Las manos se asieron de mis hombros, de mi cabello. No por bella, sino por asequible. Las cosas eran así. Debí hacer pedazos mi programación amorosa, el romanticismo que llevaba como si fueran rosas prendidas al pecho. Bajo la pintura estaba yo, sin ropas ni pinturas, desnuda e imperturbable, terriblemente yo como un árbol caído sin sus brotes. Expuesta, sólo era yo aquello que ni mi nombre podía comunicar. Era yo y nada de lo que creí que era la belleza.

El mundo era así, lleno de pavo reales mostrando sus plumas, las más brillantes y yo tenía pocas, más aún, prefería que todas fuesen grises e imperturbables. Pero nadie quiere el gris. Adiós a aquello de alimentar el corazón y las entrañas. Se prefiere usar de por vida plumas carmín, azul y magenta. Adornarse de flores y reír, reír ante cualquier comentario. Pero me quedaba el gris. ¿De dónde iba a sacar plumas rosas?

Después me reí mucho de mí. Un pequeño pavo real no entorpece el curso de los otros. Igual sabe delicioso en una cena con todo y ensalada.

Nadie gusta del gris. Comieron de los colores que me quedaban, hasta la última gota y se fueron. Mi cuerpo supo de sí cuando en mis costillas cenaron los gusanos entre hojas de girasoles. Mi cuerpo es una costra en la tierra. La araña lleva restos de su marido. Y yo soy los restos de mi marido, restos de mí queriendo ser perfecta, de mí hace tiempo pensando en vestir otras plumas, restos que desfilan a ser perfectamente nada.


BrenMar