domingo, 27 de abril de 2014

Locas (y locos)

La ternura es el manto de mi rostro, tal vez. Soy dulce y puedo romper los dientes como lo hace un caramelo tieso. La marea se eleva dentro de mí, ¿podrán verlo en la mirada? Ana Karenina, la loca de los rizos ensangrentados, me recuerda a la histeria, esa que desde entonces es mi compañera. De noche el volcán hormonal  revuelve mi estómago, dilata mi pecho, revienta mis pupilas. Soy fácil presa de los celos, de la confrontación. Pero no me quejo, no hoy. La inmensidad del cielo toca mi piel, abraza mis pechos a través de la ventana, la noche huele a humedad. Ansiedad rústica, se mueve entre mis venas, todas: las de la cabeza, las de mis dedos, las de mis axilas, las de mi sexo.
 
Anaïs Nin, a veces en ella pienso, en sus amores, en su deseo femenino de donde nace la belleza. De cada letra suya surge un eco, desde la muerte la escucho. Y entre tantos pensamientos ¿Qué hacer con las culpas? ¿Seguiré abrazando los remordimientos de mi niñez, de mi placer mundano y sutil que disfrutaba en soledad? No. Ya no serán culpas plagadas de lágrimas, son un recuerdo, parte la roca que conforma mi alma. Cómo podría ser yo sin la pequeña que se restregaba en las sillas de su casa. No podría ser nadie más, de dónde vendría la sed, la confusión y la intensidad hecha poemas.

Mujer: mar rabioso, hogar de peces, tormenta que tira rayos a los cráneos. Encanto. Canto triste y amoroso, abrazador entre el vapor de la noche, a pesar de que la ciudad entera hace ruido.
 
Me arrellano en la existencia, en esta urbe mal construida tengo mi hogar. Escribo, hago cifras, leo conceptos ¡oh conocimiento! Noticias, información, datos inutiles. Millones de opiniones, ¿quieres mi opinión? No tengo.

¿Que sea crítica? Entonces no necesito masticar el bolo que ya cogieron todos, que ya cogió aquél que siempre tiene una opinión. Descerebrada por no creer en los mismos ídolos, pensadores intachables, lo soy por comenzar en mí, porque en mí apenas inicia la paz. 

Noche: preciosos locos desencantados, con la vida en la punta de sus dedos. Arrollados ya han muerto, Santiago, yo sé que apenas te conozco, pero tu poema lleva mi nombre, y las sales de la estrella me hacen recordarte.

Bestia-flor, alimento y grito, caricia, allá voy. No sé danzar, ni me importa, canto y bailo, me retuerzo a solas. Yo sé que después no habrá tristeza por lo inevitable. Pero canto y pienso en que ese día tal vez los vea, así como ocasionalmente vienen sus voces de las tumbas, de sus versos retorcidos, vendrán a tenderme la mano con su muerte absurda en la boca.

Elegancia para morir, no siempre es posible. Querida Sylvia, de qué otra forma habría de conocerte, si no era a través de tu muerte última, de las lineas que dejaste. Loca, una más, querida, y la de cabellera oscura que habló de peces, y la que sucumbió al mar, y donde hubieron niñas en los poemas antes de las pastillas; el del manicomio sólo durmió, y por supuesto, mi adorable compañero de fragilidad punzante: los amo, allá voy.


BRENDA MARCELA