Llorar, maricones, llorar a lado de una casa vacía, un
jardín y la enorme pelota roja denostando felicidad. La vida entera deglutiendo
refresco, ¿qué más habrá? Llorar y encogerse en la sombra de los árboles: obras
de arte con diez brazos, cien dedos y mil hojas. Llorar tan torpe e inexpresiva, en
medio de la mugre que transpiran los horizontes. Hombres perdidos que conocen
sus caminos. Yo no, ¿a quién diablos sigo?
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Desposeídos, ¿existimos? Pregunten por mí: nadie me sabrá.
Perdidos, colegas, estamos en el espasmo de este tiempo. No hay lugar para florecer entre la indiferencia, soledad…
Queridos, ábranme sus
libros, sus brazos y las bocas con que acostumbran recitar —con que suelen
cantar—. Ábranme las manos con que dan luz a la música o a las historias, átenme
a ellas. Amigos, vengan a conocerme, yo les abro mi alma pútrida, desesperada
pero sincera, vaguen pero vengan, los busco, vengan.
Brenda Ramírez