Hice tortitas de maíz para alimentarnos en una canción, hube de cortarlas en mil partes para planificar los próximos años. Cogí los granos de alpiste y ajonjolí e hice un columpio. Subí al niño, durmió. Mi soledad estaba quebrada, había una fuga ligera pero potente donde se filtraba alguien pequeño. No sería sólo yo, aun así lo deseara, o si lo obsequiara a una gallina amorosa o a un pichón de suaves alas, siempre querría buscarlo y traerlo a mi presencia para andar los dos sobre mis pies torcidos. Mis dedos obedecían al cobijo. Debía compartir mis manos para hacerlo desfilar sobre los hilos solares del amanecer. Lo vi aspirar con sus grandes ojos el mundo. Un vórtice en el ojo izquierdo para captar los brillos del agua. Mi corazón ya no era tan mío, palpitaba al son de su iris dilatado. Caminé con más cuidado, el bienestar no era tanto por mí. Los adefecios de mi mente acechaban la calma, me aterraron, sembraron temor. El miedo ya no era por mí. Eso que supuse era yo, también estaba algo desfigurado, lo manipulé como masa y me reconstruí un poco más fuerte.
BrenMar