¿Por qué tenía que armar mis pensamientos con imbricadas lenguas?
Un invento de los años, del mundo, de la construcción. Cúmulo de idearios, anclas en el alma. Si escarbase con las uñas, si rascase la costra, nada más simple que mis instintos, donde pisan mi pecho los pies de la civilización.
Al oído me hablaba el viento ligero, y me acosaba: ya eran las dos, tres. La hora de dormir y esperar los años. Un milenio que no me pasa por la cabeza. La inútil aparición. ¿Por qué las delicias deben de ser un aguijón y una espada? Mi pensamiento ficticio, hecho un colagge de tristezas. ¿Y para qué?
Brenda Ramírez
Brenda Ramírez