Mi parte favorita después de abrir los ojos es el desayuno. Comer me llena de optimismo, después todo se complica. Aún cuando hay itinerario. Comenzar a hacer me paraliza. Permanezco sentada, con pijama, frente a la mesa. Observo las migajas de pan en los muebles. En la alacena los frascos de especias están destapados, ¿habrá algo para comer después? Quién sabe. Es temprano pero muchas personas ya han comenzado a hacer. Los camiones y autos pasan, rechinan, dejan sonar el claxon. Es verano. Luz tipo amarillo mostaza entra por la ventana y quema, aletarga mis sentidos. Sigo con mi vaso de licuado frente a mí. Un gran día por delante. Muchas horas para sacarles jugo y forjar momentos, sí. Un día chamuscado, aplastado por el pie de los rayos solares, que se vacía cada segundo que pasa, un día descompuesto por los quehaceres. Un día que lleno con mis deberes, un día mal formado por mis planes. Deformado por los ruidos de la actividad desesperada, se subir, bajar, deprisa. Un día con olor a smog y adornos fecales en las banquetas. Al que le caben muchos horarios, cada uno con instrucciones precisas. Un día que no hay que dejar perder, es oportunidad para prosperar a pesar de que las horas se pegan a la piel sudorosa y hacen a todo movimiento fatigoso. Un día desolado frente a mí. Al cual he quitado todo lo que puede hacerse. Sin calles que transitar. Sin movimientos programados. Nadie a quién ver. Un día que apenas me permite seguir despierta. Se va haciendo chiquito, me dobla. Un día chiquitito para mirarme a mí misma y decir ¿qué has hecho?
Bren Mar
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