jueves, 18 de febrero de 2016

El desorden nos obligó a escondernos. Nada mejor que el anonimato para querernos a gusto. No te lo había contado. Pero yo me escondí adrede. Me oculté, incluso, del ocultamiento de los olvidados. No pretendí una desaparición repentina y dolorosa, sino algo continuo y gradual. Para que pudiera dedicarme a los besos y a las caídas de los brincos bien puestos en mi escondite.

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