De donde vengo, apenas llegan los ángeles diáfanos y alados. Allá nunca han tenido una piel más humana, simple y fácil de romper.
Hoy, llego descalza al baldío, a mi oscuro cuarto en el noreste (eso creo), en el extremo de la casa. El escondite donde arrellano mis dolores para renacer al día siguiente con un alma embadurnada de fieras. Ya me iré a otro sitio, las canciones en la grabadora se hacen añejas, ya calzo otros zapatos, menos grandes, menos masculinos que los que mi padre me compraba.
Recojo basuras con el calor de mis manos, con su humedad trémula mato insectos. Siempre envejezco, no crezco. El olor de que algo se quema llega a mi nariz, quizás se están quemando los ángeles en la lumbre para cocinar elotes, quizás en en pasto que arde en el monte. Qué delicia.
Nadie palpita más de la cuenta, la cuenta es correcta, exacta. Caen una a una las cuentas de entre mis manos, allá vas, gatita. Cuenta una historia que yo envejecí temprano y volvía a nacer para contar esta historia. Sin embargo, son contados los días en que recuerdo todo lo contado.
Ahora, golpeo el sol de tu dentadura que sonríe, oh sí, sonríe.
Brenda Marcela R.M.
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