En el culmen de su cabeza se dibuja la galaxia de cien soles. En su boca dos blancas luciérnagas danzan con el polvo al atardecer. Procuro ser discreta. Lo miro con intensidad sin que mis ojos lo distraigan de ese brío al andar. Para que el impulso que lo desplaza sobre las rocas del universo no se disuelva. Pero se va, ah con tanta suavidad, se va su risa a un breve sueño y su llanto se evapora en el calor de la almohada. Es un torbellino en reposo, con hermosas formas de desplazarse de aquí al desespero, a la sombra bajo la mesa, a la puerta liberadora, a la pestaña que lo busca. Y ya en el descanso es misterio la senda que tocan sus rodillas, la cera que sienten sus dedos. Quiero reprenderlo para que me espere, ey, tú,pequeño granuja, ve con más cuidado. Y ese deseo se me traba en la garganta porque no podré seguirlo en sus sueños ni para siempre, porque sus piernas lo aproximan a la orilla que mis manos no podrán asir. La imposibilidad me petrifica. Pero hoy miro, otra vez, que la noche aparece en su frente.
BrenMar
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