La flor estrechó mi carne con sus raíces. Púrpuras sobrevinieron los brotes. Dolían. Heladas hojas de vellos finos se prendieron a mis vísceras. Y no es cierto que la luna dé consuelo. Su luz coloreó mis lágrimas mientras la flor crecía. Ceñida a mi vientre contaba sus pétalos, mientras deformaba mi piel de pasta morena. Mi sangre se hizo liviana, la di a borbotones. Era yo un jardín que alimentaba su flor de luces plateadas, de agua sangrada. Era yo algo diferente. Estúpidamente alegre con dolor en luz de luna. La flor sabía serpentear, sabía nacer de la tierra negra bajo mi ombligo.
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